Cada domingo, la comunidad escucha la palabra que se
proclama y participa en el misterio que se celebra; la palabra anuncia lo que
en el sacramento se realiza. Escuchamos lo que Dios nos dice, de modo que
podamos gustar lo que Dios hace en nuestro favor.
Pudiera parecer, sin embargo, que, en esta celebración,
los creyentes, además de ser quienes escuchan la palabra, han de ser también
quienes se apresuren a cumplir el mandato recibido: “Buscad al Señor…
invocadlo… Que el malvado abandone su camino y el criminal sus planes; que
regrese al Señor”.
¿De quién se preocupa el profeta? No de Dios, sino del
malvado y del criminal. ¿Por qué les dice: «buscad, invocadlo, regresad»?
Porque es Dios quien los está buscando, es Dios quien los llama, es Dios quien
suplica. ¿Para qué los busca? No pienses que busca restablecer el orden
violentado, o afear al criminal su conducta, o humillar al malvado ante la
asamblea de los santos; Dios busca a quien salvar, Dios busca al hombre para ofrecerle
piedad y perdón, Dios busca al pecador para que viva.
Que es el Señor quien anda atareado en la búsqueda del
hombre nos lo ha dicho también el salmista, y unos a otros nos lo fuimos
repitiendo como estribillo de nuestra oración: “Cerca está el Señor de los
que lo invocan”. No hemos dicho que el Señor es, o que está en todas
partes, o que nada se oculta a su mirada; hemos dicho que “está cerca”,
y en la humildad de un adverbio de lugar encerramos la grandeza de Dios, su
clemencia, su misericordia, su piedad, su bondad, su ternura con todas las
criaturas. Por eso su palabra nos dice «buscad al Señor», porque él está
cerca, «invocadlo», porque él es clemente y misericordioso.
No pienses, pues, que Dios es quien invita o manda, y tú
eres el que se ha de poner a la tarea de hacer lo mandado; cuando él te dice, «búscame»,
ya se ha puesto a tu lado para que lo encuentres; cuando te dice, «invócame»,
ya ha entrado en tu corazón para que le hables.
De esta tarea de Dios da testimonio Jesús en el
evangelio, cuando habla de aquel propietario derrochador, “que al amanecer
salió a contratar jornaleros para su viña… salió otra vez a media mañana… salió
de nuevo hacia mediodía y a media tarde… salió al caer la tarde”. Cuando el
propietario dice a los jornaleros: «Id a mi viña», él ya «ha ido» a la plaza donde
estaban los que necesitaban un jornal. Dios busca a quien dar el salario del
día.
El que nos dice: «Buscad», él es el que ya ha
salido a buscarnos; el que nos dice: «Id», él es el que ya ha venido a
nosotros. Y este misterio de gracia, no es algo que sucedió una vez en el
pasado y para otros, sino que es lo que en esta celebración vivimos los
creyentes.
Considera esta Iglesia a la que perteneces. Es una
comunidad de hombres y mujeres que han salido en busca de Dios, invocan al
Señor, piden cumplir en sus vidas la voluntad de Dios; es una comunidad de
creyentes que buscan, invocan y piden, porque han experimentado que “el
Señor está cerca”, que “el Señor es clemente y misericordioso… bueno con todos…
cariñoso con todos”. Aquí buscamos
al que desde siempre nos busca; aquí invocamos al que desde siempre es nuestro
auxilio; pedimos al que por entero se nos ofrece antes de que nada pidamos.
Y ahora piensa en la comunión que vas a hacer: Tú te
acercarás para recibir a Cristo, abrirás los labios como un niño que se dispone
a comer, extenderás la mano como un pobre que espera una limosna; y allí, en
Cristo, hallarás que tu Dios se ha acercado a recibirte, se ha hecho alimento
para tu comida, se ha hecho tesoro para tu necesidad.
Feliz domingo.
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